Coronavirus COVID19, Juan Ramón Rallo analiza el impacto sobre la economía.

Coronavirus COVID19 análisis económico

Juan Ramón Rallo, profesor y codirector del Máster Online en Economía OMMA – UFM en el Centro de Estudios Superiores Online de Madrid Manuel Ayau, analiza y comenta en este vídeo el impacto que tendrá sobre la economía el nuevo coronavirus COVID19.

La crisis sanitaria del coronavirus COVID19 está provocando un hundimiento de las bolsas mundiales y todavía hoy, cuando estos mercados han perdido entre el 25 y el 30 % de su valor, hay muchas personas que no entienden qué tienen que ver estas crisis sanitarias con la crisis económica que están anticipando las bolsas. ¿Por qué el hecho de que la pandemia esté cada vez más extendida por todos los rincones del planeta tiene que ejercer una influencia tan dañina y decisiva sobre el mercado bursátil? 

Uno, para explicar cuál es la conexión entre la crisis sanitaria del coronavirus y la crisis económica del coronavirus COVID19, empecemos por el principio, y el principio es que el coronavirus constituye un shock de oferta. ¿Qué es un shock de oferta? Una paralización de la producción. No es que no produzcamos porque no queramos producir, sino porque no podemos producir.

En el caso del coronavirus COVID19, con lo que nos encontramos es con que la mayoría de economías occidentales ya están aplicando algún tipo de restricción sobre su actividad económica, por ejemplo, cerrando comercios, cerrando fábricas, es decir, impidiendo que se produzcan bienes o que se distribuyen bienes para así minimizar el riesgo de contagio de los trabajadores que deberían acudir a la fábrica o que deberían acudir a los comercios. Por tanto, el coronavirus COVID19 paraliza las economías y esa parálisis puede ser brutal, es decir, puede afectar a prácticamente todos los sectores de la economía.

Recordemos que, en China, la provincia de Hubei se cerró, se paralizó totalmente, y ahora mismo en Italia han llegado a decretar el cierre de todo establecimiento salvo aquellos que se dedican a la distribución de medicamentos, farmacias y de alimentos.

Por consiguiente, para combatir, para ganarle la batalla al coronavirus las economías pueden tener que suspenderse, pueden tener que paralizarse y eso implica un shock de oferta que evidentemente tiene una serie de repercusiones sobre los agentes económicos, tanto sobre trabajadores como sobre empresarios que van a ver cómo sus rentas se reducen de manera muy significativa. Si no produzco y no vendo, no puedo cobrar, pero, en segundo lugar, el coronavirus COVID19 también constituye un shock de demanda. ¿Por qué? Porque si se produce una reducción de las rentas de los agentes económicos, los agentes económicos se empobrecen y, sobre todo, si se enfrentan a un periodo de incertidumbre durante el cual no saben en qué momento volverán a tener ingresos, el comportamiento que cabe esperar que desarrollen es atesorar liquidez, maximizar sus tenencias de liquidez a costa de recortar sus gastos en el resto de la economía. Al final si tanto empresas como trabajadores son conscientes de que durante el periodo de tiempo en el que no estén ingresando van a tener que seguir haciendo frente a gastos y a pagos diversos: gastos para comprar mercancía y pagos para hacer frente a las deudas que hubiesen contraído en el pasado. Para poder hacer todo esto necesitan contar con liquidez que no va a venir de unos ingresos que se han frenado, que se han suspendido, que se han paralizado. En consecuencia, van a recortar sus gastos presentes para acumular liquidez, y ese recorte de sus gastos presentes, esa caída del consumo familiar o de la inversión empresarial, genera un shock de demanda que afecta de manera muy negativa a aquellos sectores que podrían seguir produciendo a pesar del shock de oferta que se había vivido.

Por tanto, únicamente con el shock de oferta y con el shock de demanda nuestras economías ya sufren un daño tremendo. El shock de oferta hace que no podamos producir, el shock de demanda hace que no queramos producir por la caída del gasto y por tanto la economía se para totalmente, deja de generar nueva producción, deja de abonar nuevos ingresos a los agentes económicos. Es decir, empobrecimiento, y ese empobrecimiento es el que en parte están reflejando los mercados bursátiles.

Y digo en parte porque hay una tercera derivada de la crisis sanitaria del coronavirus que conviene mencionar porque es con diferencia la más grave de todas. El shock de oferta y el shock de demanda tienen un carácter transitorio, es decir, si conseguimos derrotar al coronavirus COVID19 en el corto plazo y, por tanto, podemos volver a trabajar, podemos volver a gastar con tranquilidad, son shocks que pueden superarse con bastante rapidez. Son shocks que una vez el coronavirus desaparezca también van a desaparecer y que, incluso, podemos intentar compensar con un exceso de producción futura todo lo que no hemos producido en el pasado, nos esforzamos más en producirlo en el futuro, y todo lo que no hemos gastado en el pasado lo gastamos con creces en el futuro.

Pero existe un tercer shock, una tercera forma de crisis que si sería verdaderamente dañina y es la crisis financiera o crisis de liquidez. Recordemos que los agentes, mientras no están produciendo y por tanto no están ingresando, tienen que seguir atendiendo el pago de sus deudas, y si los agentes no cuentan con la liquidez, si la liquidez que han acumulado se les agota conforme van pagando sus deudas, nos enfrentaremos a un problema cierto, y ese problema cierto es que los acreedores se van a quedar sin cobrar.

Cuando los acreedores no cobran pueden suceder dos cosas, la primera es liquidar los activos del deudor, es decir, el acreedor intenta cobrarse, intenta recuperar su dinero apropiándose de las propiedades que tiene el deudor. Cuando las propiedades son familiares normalmente hablamos de la vivienda; si esas propiedades son empresariales normalmente estamos hablando de la maquinaria y los locales de la empresa y por tanto de desmembrar las empresas productivas. Otra posibilidad es que no se toque a los deudores y que, en efecto, los acreedores se queden sin cobrar, es decir, que se descapitalice a los acreedores. ¿Cuál es el problema de descapitalizar a los acreedores? Que el principal acreedor en Europa es la banca. También es el principal deudor porque es un intermediario financiero, es acreedor y deudor a la vez. Pero la banca es un acreedor de familias y empresas y, por tanto, si los bancos no cobran los bancos se descapitalizan, si los bancos se descapitalizan los bancos no pueden hacer frente a sus deudas y sus deudas son los depósitos que todos tenemos en la banca. Y ya sabemos qué sucede cuando el sistema financiero estadounidense o europeo se descapitaliza, que tenemos una crisis económica brutal.

Por consiguiente, la crisis de liquidez, que sería la tercera fase de la crisis económica derivada del coronavirus COVID19, es con diferencia el peor escenario en el que nos podemos encontrar: que algo transitorio, o supuestamente transitorio (las medidas drásticas de contención de la producción, de la interacción social y por tanto de la producción social), genere daños persistentes en forma de quiebras empresariales, unas empresas que a su vez pierden permanentemente su capacidad de producir y de generar empleo, o en forma de quiebra del sistema financiero y por tanto de empobrecimiento de todos aquellos ahorradores que son acreedores del sistema financiero, es decir, del conjunto de familias y empresas.

Ante este escenario, fijémonos en que el margen de actuación que tradicionalmente se otorga a las políticas de estímulo, a las políticas fiscales expansivas y a las políticas monetarias expansivas es verdaderamente reducido. Por un lado, estas políticas son esencialmente inútiles si lo que pretenden es relanzar el gasto agregado dentro de la economía. ¿Por qué digo que son inútiles? Porque recordemos que el efecto originario que genera todo este problema es un shock de oferta. El shock de oferta es, como ya he explicado, que no estamos produciendo, no porque no tenemos incentivo a producir, sino porque no podemos producir porque no se nos autoriza a hacerlo, porque se ordena un distanciamiento social para luchar contra la epidemia. Por consiguiente, por mucho que gastemos no vamos a incentivar, no vamos a empujar a que más trabajadores acuden a las fábricas a producir y por tanto a que el PIB y el empleo aumenten.

Esto no va a suceder o al menos solo va a suceder en un reducido margen, el reducido margen de los perjuicios generados por el shock de demanda que a su vez deriva del shock de oferta.

Es verdad que las políticas de estímulo pueden contrastar en parte el shock de demanda, pero solo de manera muy limitada porque el problema fundamental es el shock de oferta. No podemos producir hasta que hayamos derrotado al coronavirus. Sin embargo, sí hay una dimensión en la que estas políticas de estímulo podrían contribuir a paliar en el corto plazo las peores consecuencias de esta crisis y es justamente tratar de contener la crisis de liquidez, que se va a desatar por la parálisis de la producción, por el shock de oferta y su derivado shock de demanda.

Sí hay una dimensión en la que acaso las políticas de estímulo, focalizadas en algunos agentes económicos concretos y no de manera generalizada sobre toda la economía, podrían contribuir a paliar o a minimizar en el corto plazo algunos de los mayores riesgos de esta crisis económica, como son los riesgos de iliquidez, por ejemplo, una política fiscal consistente en bajar impuestos permitiría que el Estado no drenara liquidez de los agentes económico. Si el Estado renuncia a cobrar impuestos durante un tiempo, el dinero que tendríamos que haberle pagado al Estado lo retenemos nosotros mismos para poder atender nuestros propios pagos, para poder hacer frente a nuestras propias obligaciones. También sería el caso, por ejemplo, de que el Estado se haga cargo de las bajas de los trabajadores que estén suspendidos de actividad para frenar la extensión del coronavirus COVID19. ¿Por qué? Porque estos trabajadores al no estar trabajando no estarían percibiendo un salario, pero el Estado reemplazaría ese salario con una transferencia estatal que se financiaría con el propio déficit, con el propio endeudamiento del Gobierno.

Algo parecido cabría decir de las políticas monetarias expansivas dirigidas o condicionadas a la banca para que esta otorgue líneas de crédito, refinanciaciones, a aquellos deudores, a aquellas familias y empresas cuyos vencimientos de deuda están llegando y que se ven en la asfixiadas por la falta de liquidez para poder atender esos pagos. Si la banca refinancia a familias y empresas, en cierto modo nos encontramos ante una moratoria en el pago de las deudas, moratoria que se prolongaría hasta que familias y empresas reanuden su actividad y, por tanto, puedan pagar esas deudas con los ingresos que obtienen por la vía de producir.

No estoy abogando precisa o exactamente por ninguna de estas políticas, simplemente estoy haciendo un análisis descriptivo de cuáles serían sus consecuencias. Aunque tampoco podemos obviar el gran riesgo moral que inserta en el sistema. Si siempre que hay un problema el Estado acude al rescate, los agentes económicos tienden a aprender de esta indisciplina, de esta irresponsabilidad y por tanto no rectifican su comportamiento en el futuro.

Dicho esto, si las políticas fiscales y monetarias se orientan, no a intentar reiniciar el gasto agregado dentro de la economía, sino a proporcionar liquidez o a no drenar liquidez del sector privado. En ese caso, sí podrían contribuir a que los problemas, las tensiones, la crisis de liquidez no se manifieste muy pronto y, por tanto, a que tengamos tiempo para vencer la epidemia y a reanudar la actividad productiva antes de que comiencen los impagos y las liquidaciones de los deudores, o la descapitalización de los acreedores.

No obstante, también esta última línea de actuación política tiene sus muy serias limitaciones. Durante un tiempo puede funcionar, pero seamos conscientes de que si la parálisis de producción se prolonga durante muchos meses, en última instancia terminarán fracasando. Porque al final el problema con el que se va a enfrentar Europa es muy simple: si yo no produzco, si yo no genero mercancías, yo no puedo comprar mercancías, no puedo disponer de mercancías; salvo que aquel que las produce (pensemos en una economía extranjera no afectada por el coronavirus COVID19) me las quiera vender a cambio de que yo se las pague más tarde, cuando vuelva a tener ingresos, cuando vuelva a producir y a poder venderle mis mercancías a cambio de las suyas.

Es decir, la única forma que tendremos en Europa de consumir, de disponer de los productos más básicos, si la parálisis de la producción, si el shock de oferta se prolonga durante mucho tiempo, será importándolos del extranjero (suponiendo, repito, que el extranjero no se haya paralizado su vez), y pagarles a esos extranjeros que nos venden su producción, su mercancía, con nuestras deudas. Deudas que en este caso se podrían ver avaladas o mejoradas por el sector público, en lugar de colocar en el extranjero deuda privada, que siempre es más arriesgada, más incierta y ha de pagar tipos de interés más altos. Podríamos, a través de las políticas fiscales y monetarias expansivas que he escrito antes, comprar las mercancías extranjeras vendiéndoles deuda pública europea o vendiéndoles divisa europea, es decir, euros, que, en última instancia, no son más que pasivos, deuda del sector público.

Esto se puede prolongar durante un tiempo. Si los extranjeros foráneos siguen produciendo y siguen dispuestos a vendernos esa mercancía a cambio de nuestros compromisos de repago futuro, a cambio de nuestras deudas avaladas incluso por el Estado, entonces, aunque no produzcamos dentro, podremos seguir disponiendo de bienes. ¿Pero qué pasa si fuera de nuestras fronteras también se deja de producir, es decir, si la pandemia paraliza la economía mundial o si, aun cuando no la paralice, los extranjeros en algún momento dicen: “no quiero más deuda europea porque seguís sin producir nada y solo me estáis dando largas para pagarme más tarde”?

Pensemos que cuanto más endeudado estoy, sin seguir produciendo, sin generar nuevos ingresos, más insolvente soy. Por consiguiente, prolongar el endeudamiento exterior para poder consumir internamente mientras no producimos internamente nos conduce inevitablemente en el muy largo plazo al impago, a la insolvencia y a que, por tanto, los vendedores extranjeros dejen de vendernos porque no quieran financiarnos todavía más.

No digo que estemos obviamente en ese escenario, no digo que se vaya a llegar en el corto plazo a ese escenario porque por fortuna hay países europeos que siguen siendo muy solventes, por ejemplo, Alemania. Todos aquellos que durante tantos años recomendaron que Alemania se hiperendeudara ahora deberían rectificar y deberían agradecer que Alemania sea tan solvente y tenga tanto margen de endeudamiento, porque si no, sí que estaríamos en una situación muy delicada.

En todo caso, que Europa tenga mucho margen de endeudamiento, gracias a algunos países solventes como Alemania, no significa que tenga un margen de endeudamiento ilimitado y por tanto las políticas monetarias y fiscales expansivas dirigidas a proporcionar liquidez para que los agentes económicos puedan mantener sus adquisiciones de bienes, incluso básicos, se pueden topar a medio plazo con un obstáculo infranqueable, con un obstáculo insalvable. Y es que, si seguimos sin producir, los extranjeros pueden saturarse de nuestra deuda o pueden estar dispuestos solo a comprar nuestra deuda a tipos de interés cada vez más altos, que nos irán colocando en una situación más frágil y más delicada.

Todo esto en última estancia se traduce en más inflación. Si no producimos dentro y lo que queremos consumir lo traemos de fuera, pero cada vez los extranjeros están dispuestos a vendernos menos porque consideran que somos una posición de riesgo cada vez mayor, al final nos venderán, pero a precios más altos y por tanto compraremos también a precios más elevados. Esa subida de precios se llama inflación y un progresivo desabastecimiento de nuestros mercados.

Por consiguiente y en definitiva, es del todo razonable que los mercados bursátiles estén en modo pánico porque de momento no ven un final a la pandemia del coronavirus COVID19 y no lo ven porque los políticos no están adoptando las medidas necesarias para instaurar el distanciamiento social y para derrotar a esta pandemia, este virus. Mientras esto no suceda, en su defecto, va a permanecer con nosotros el shock de oferta y su derivado, el shock de demanda. Cada vez más la crisis de liquidez a la que se enfrentarán aquellos países que siguen sin producir será mayor y la crisis de liquidez, si se manifiesta en liquidaciones de deudores o en descapitalización de acreedores, genera daños, perjuicios, lesiones persistentes en la economía. Y esas lesiones persistentes, esa incertidumbre sobre el grado de las lesiones persistentes debido a la negligencia de nuestros políticos, es lo que los mercados bursátiles llevan días descontando.

Juan Ramón Rallo. Centro de Estudios Superiores OMMA.

admisiones.omma@hesperides.edu.es

Madrid,  17 de marzo de 2020.

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